Matías Vernengo

 

 

A mi querido Matías!!!

 

Tal vez Mati, esta carta que hoy te escribo, la tendría que haber compuesto hace mucho tiempo atrás.

No obstante, recuerdo y reflejo tantas cosas juntos que hemos transitado en nuestra historia entrelazada.

A través de nuestros correos, han quedado documentadas muchísimas historias. Correos, que por esas cosas de la vida se han perdido. Lamento tanto, amigo mío, no poder contar ya con ellos.

De todas maneras, me queda aquí, entre los recovecos de mi corazón, nuestras charlas tan profundas y sentidas, como la trama familiar, de la que siempre discurríamos durante tardías noches de insomnio que conformaban gran parte de nuestro ciclo compartido.

Esa relación con el “viejo” y con la”vieja.” El cariño hacia “Petu” tu hermanita mas chiquita... Ahora la imagino toda una mujer, ejerciendo su profesión que la acompaña de hace ya bastantes años.

La poesía desde allá por los 80 a partir de tu primer texto, premiado en Córdoba “El gesto del que danza” o tu último libro. “Cuaderno blanco”, curiosamente, con esa punzante ironía tan elegante que tenías, editándolo con tapas negras.

 

Cómo olvidarme Mati querido, de las charlas de Baudelaire. ¡Cuántas veces citado en nuestros espacios íntimos! Como si conviviese ahora  junto a nosotros, entre aquellos... café y café...

 

Esa rbeldía, que has acusado desde tan chico, que se fue incrementando hasta el final de tus días... desde ese apenas tan joven abogado recién recibido, hasta la carrera de editor en la UBA allá en Puan por los pasados 90.

 

Me cuesta sentir, mi querido y fiel amigo, que no voy a recibir respuestas de esta carta que te escribo.

¡Qué dolor intenso siento, hemano mío! Necesito que sepas, que pasan los años y te tengo incorporado muy adentro, junto a los pedazos de vida que hemos trazado y a partir de nuestros primeros comienzos.

 

¡Siento alegría también, al verte vivo entre tus textos! Hasta puedo verte aún despierto y caminando hacia mi casa, encontrando esa taza de café nocturno, que nos otorgaba la atmósfera para entrecerrar los ojos y mirarnos muy entre líneas.

 

Jamás podré decirte adios mi fiel amigo de años... porque sé que en algún lugar volveremos a cruzarnos, para seguir compartiendo lo que en un momento dejamos florido en el sendero que nos fue acompañando, a lo largo de nuestras vidas desde aquellos tiempos ahora tan lejanos.

 

¡Te Quiero!

 

Alberto

 

 

 

 

Poemas de Matías Vernengo

 

 

 

 

 

Animal nocturno
 


No es el ala su escritura, sino
esa membrana que forma entre sus dedos
el insomnio:

ese ir y venir
bajo los techos
de un asunto privado,

ese casi dolor

ante una mínima
insinuación
de la luz.


De El ojo y la cerradura, Buenos Aires, Ediciones del Dock, 1999

 

 

 

 

 

La pestaña postiza
 


Desesperadamente
araña la madera del cajón

(la creyeron muerta,
la enterraron con todas sus honras
y maquillajes).

Afuera no hay nadie
y la conciencia del mundo en ella
vacila.

Insiste con las uñas
con las rodillas
los tacos,

hasta que al fin el párpado izquierdo
se pega al ojo para siempre
y la pestaña postiza
(como una mosca aplastada)
queda en mitad
de la mejilla.


De El ojo y la cerradura, Buenos Aires, Ediciones del Dock, 1999

 

 

 

 


 

No alcanza
 


No alcanza el atardecer en el valle.

Y hay aguiluchos amontonados
sobre el cuerpo de una yegua alazana.

Existir es demasiado.
Y no alcanza.



de Cuaderno blanco, Alción Editora, 2009

 

 

 

 

 



Las manos
 


Apoyadas en la superficie fría,
como flotando, las manos
sobre el agua
traen paisajes: los tallos
altos y verdes
y los penachos rubios
de las cortaderas,
las piedras grises y blancas,

el cielo, como una vena azul
que baja por la quebrada.



De Cuaderno blanco, Alción Editora, 2009


 

 

 

 

 


Larga noche
 


Tal vez es sólo eso,
el tiempo, la existencia:

un patio con dos aljibes,
los discos de Serú, los de Floyd,

y la espuma que se forma
en la parte superior del vaso
al echar coca en el fernet,

en una larga noche fugaz.



De La fragilidad, inédito

 

 

 

 




Una arteria


Un tronco reseco
..................a la deriva

arrastra materia degradada en el tiempo,
fragmentos fijos de memoria,
bolsitas negras y blancas.

Un tronco reseco
.................a la deriva

por una arteria aún flexible del insomnio
que lentamente se endurece.


Publicado de revista Hablar de Poesía N° 10, Diciembre de 2003

 

 





La caída


Acciona el contestador, sube
el volumen de la música,
se mete en el baño
y cierra, cierra.

Y el cansancio del mundo concentrado
en ese instante, en esa gota
que engorda
en el borde inferior de la canilla

se anuncia como una caída
leve
contra la losa blanca.


Publicado en revista Barataria N° 7-8, diciembre de 2002.

 

 

 

 

 


La ventana


Calle solitaria.
Una luz amarilla la sostiene
con el brazo de hierro.
Árboles y ramas entre los cables
sin viento. Y la vida de nadie
¿a quién le importa?

Lo real es una lámina adherida
minuciosamente
al vidrio.

*

Todo era Dios o el tajo
de su ausencia en la mirada.

El peso del aire curva
las espaldas y el eco
de la piedra no arrojada
permanece.
Caímos en los treinta como un relámpago.

*

algo en mí
con el imperio de una lluvia serena –
desplegará sus alas.

Eso busco:
detenerme a recordar la tarde
mientras sucede.


En “El gesto del que danza”, Córdoba, 1994
 

 

 

 




La llave del suicida


Ya estaba el arma
(un recuerdo de su abuelo)
en un cajón del placard

y también el agujero en la cabeza
esperando la bala.

Cada cosa en su sitio,

y en el bolsillo indicado
la copia mal hecha
de la llave original.

 

 

 



Oficio


Ella desgarra con sus dientes
la noche envuelta en celofán

y adora el oficio de un pez amargo
entre sus pliegues de agua dulce.

Ella sabe entre sus piernas

y se mece en un cuerpo
mientras muerde la cruz del rosario
que cuelga de su cuello
amarrando la fe.

 

 

 

 

 



La cerradura


Como un antiguo crimen:
el acento olvidado
en su trabajo de corrector,
la bala
en la cabeza de su padre
(algunas caries demás)

y la sensación de andar por el mundo
como si en cada cerradura
hubiese un ojo.

En fin,
lo inútil
que se convalida

¿en el texto de quién?

 

 

 

 

 



El conductor


Tal vez alguna sed
saciándose
en los ojos del hombre que se mira
en el cristal del parabrisas,
un segundo antes
de atravesarlo con el cuerpo entero,
bajo una luz plateada,
en la curva final.


En “El ojo y la cerradura”, Ediciones Del Dock, Buenos Aires, 1999
 

 

 

 

 

 

 

El charco

 

Un mecanismo complejo se exige demasiado

y provoca un desvío: el tiempo derrama

un fluido oscuro en el metal.

 

Prolijamente

algo se vacía

de contenido

 

y produce un charco alrededor.

 


(Hablar de Poesía N° 10, Diciembre de 2003)

 

 

 


 

La puerta del castillo

 

No ve la cruz el que nace

 

clavado, pero un día

se levanta un espejo,

 

como la pesada puerta de un castillo que se cierra.

 

 

 

 

 

Madre Nocturna

 

En el silencio de la casa

no todos duermen

 

y ella esconde

su botella entre botellas,

 

mientras curvado el pensamiento sigue

-con sus tornillos de hierro-

apretando los bordes.

 

 

 

 

 

 

Recuerdo Familiar

 

Familias en tensión metálica;

acorazadas

                        familias

                                                fascistas

 

en las que el recuerdo de un suicidio

se diluye con bencina

                            frotando levemente

cada mancha de sangre del sillón.

 

Familias que siempre se reúnen

alrededor del fuego,

 

al calor de los libros incediados.

 

 

 

 

 

Velorio del suicida

 

 

A veces conviene esquivar,

 

 

no detenerse.

 

Entónces se prepara un maquillaje adecuado,

una venda rodeando la frente,

un color

                    ceniza

                                            en el polvo facial.

 

 

A veces conviene esquivar, no

detenerse,

 

pero insiste ese pequeño círculo detrás

                                      esa sombra,

ese punto oscuro en la sien del mundo.

 

 

 

 

 

 

Memoria del cuerpo

 

 

No hay acción hacia adelante, no hay

posible retroceso en la memoria del cuerpo.

 

Hay caballos, caballos que arrastran

cadáveres en círculo, cadáveres

gastados de tanto raspar.

 

 

 

 

 

Una realidad entre paréntesis

 

 

El acto mismo de estar como una batalla

que se pierde en el silencio.

 

 

 

 

 

En el puño izquierdo

 

 

A veces ese estar solo con el odio encerrado

secretamente en el puño izquierdo, bajo la mesa,

 

 

que en una pose casual, inofensiva

coexiste con el café

del desayuno

 

 

de una mañana que se aísla

como una bacteria.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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