Nicolás Olivari

 

 

 

 

Hay un hombre solo a las dos de la tarde

 

 

Hay un hombre solo a las dos de la tarde
sentado en una plaza,
es domingo, día de guardar.

Se ha puesto el traje de gala,
con su civil condecoración de caspa
serpenteando la solapa.

Fija la mirada, la cara inmóvil,
el hombre se está allí, solo en la ciudad,
a las dos de la tarde del domingo
solo en su soledad.

Se queda, quietecito, casi duro,
mientras lejos hay seres, familias, amores;
él no tiene nada, sólo su domingo desfondado
de recuerdos y de presentes.

Está solo, a las dos de la tarde,
en mi plaza suburbana,
con la mirada en la nada.

Tan solo que más no se pudiera.

Yo le pido al buen Dios que desde su
altoparlante
celestial,
le descuelgue al hombre que está solo,
este domingo a las dos de la tarde,
un cachito de tango
para que no se quede tan solo,
tan solo, mi alma.

 

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